Entrevista Relatos entre la ficción y la realidad
Roberto Castillo: “El obituario es el género literario del año”
El escritor chileno radicado en Estados Unidos lanza Muertes imaginarias , una colección de perfiles de artistas, científicos, rockeros y escritores que mueren este 2020. Casi todos víctima del covid-19.
Roberto Careaga C.

“Recuperé mi creatividad y empecé a transformar algunas de esas traducciones en escritura nueva, a cambiarles detalles a los muertos, señas de identidad, los puse en épocas y lugares distintos, hasta que se convirtieron en versiones nuevas, mutaciones, reciclajes, remixes, algunas muy distantes del original, otras no tanto, algunas reconocibles, otras mucho menos”, cuenta Castillo desde Filadelfia, Estados Unidos, donde vive. Mira a la cámara del computador y de lo que habla es de su nuevo libro,
Autor de una novela que ha crecido con los años,
En cierto sentido,
Son vidas desconectadas, pero Castillo las une por un dato contextual que se ha vuelto insoslayable: muertos en 2020, casi todos los personajes estuvieron afectados por el covid-19. Uno o dos se suicidaron, otro quizás es asesinado, pero el resto se contagió con el virus. Originalmente,
Como Marcel Schwob, en
—Esto lo pensé mucho después, cuando de alguna manera ya tenía todos los ataúdes frente a mí: que todos estos personajes están chilenizados. Una experiencia tan variada como la muerte está unificada por una relación fuerte o tenue con Chile. Se reconocen o no reconocen como chilenos, hay una tensión respecto de su identidad. Hay una atleta nacida en Chile que en la cima de su éxito, ya convertida en noruega, se niega a hablar en español con el cónsul chileno.
—Tienen algún rasgo que los aparta, nunca encajan del todo. La ironía es que la muerte los resalta. La muerte se revela como un texto abierto, como un libro a escribir. Que la muerte te haga salir de las sombras es súper raro, porque la percepción general es que la muerte es entrar en las sombras. El obituario hace eso, es como desenterrar un muerto y decir: “Mírenlo, les voy a contar ciertas cosas de este cadáver”.
—Es un género bastante rígido, pero que acepta sucedáneos. De repente aparecen unas entrevistas que reflejan la vida de la persona que ha muerto. Como género, el obituario antes solía hacer dos cosas: destacar logros individuales y reafirmar valores sociales consensuados. Una versión sofisticada y cada vez más especializada del tópico “qué bueno que era el finado” (las mujeres brillaban por su ausencia). La repentina preponderancia de la muerte altera su significación y eso produce un cambio en la función del obituario, como pasó en el mundo anglosajón a partir de la I Guerra Mundial. Ahora, como entonces, la mortandad sobrepasa al género, lo desborda, como se ve en las formas de memorialización que inventaron algunos diarios para graficar de alguna forma la extensión de la muerte real con un inmenso cementerio imaginario en primera plana, con los nombres de los muertos.
—Creo que es un antes y un después. Es como una guerra. Es insoslayable como una experiencia común, más allá de un país. El año de la pandemia es como una nueva parte de la geografía: es como si hubiera salido una nueva cordillera. Hay que reconocer que está ahí, incorporarla a la realidad. Cuando se iban alcanzando los hitos de muertos por la pandemia, la gente iba comparando: cuando se llegó a los 3 mil muertos en Chile se habló de la cantidad de muertos de la dictadura. Acá, en Estados Unidos, cuando se llegó a los 57 mil, se habló altiro de Vietnam. Ahora estamos llegando a la cantidad de muertos de la Segunda Guerra Mundial. Ahí uno se da cuenta de lo tremendo que es esto.